(extraído de http://www.proyecto-kahlo.com/2013/07/el-frumka/)
Descubrir palabras nuevas siempre es excitante y enriquecedor, aunque a veces escondan desagradables sorpresas.
Soy una enamorada de los idiomas, de los dialectos, de las palabras. Tengo mis preferencias, eso sí, pero creo que mi curiosidad lingüística se antepone siempre a mis gustos.
Os sitúo un poco en contexto para que lo que os quiero contar tome cuerpo: soy licenciada en filología árabe y me he especializado en dialectos medio-orientales; es decir, que entiendo mejor a las personas que viven por Oriente Medio –si bien es verdad que tampoco es que llegue a entenderlos muy bien, pero esto es otro tema. Allí pasé unos años estudiando, trabajando, transformando-mi-vida, y desde entonces sigo muy apegada a esa parte del mundo.
Hace ya unos meses, mientras fisgoneaba sobre Jerusalén en internet, me topé con algo que llamó mi atención, una palabra nueva, una palabra un tanto fea -es una lástima que haya palabras feas, la verdad. No es árabe y tampoco podríamos decir que hebrea, es una invención, os la presento: FRUMKA. Frumka es en sí una combinación inventada/creada a partir de dos palabras: frum (del yiddish “devoto/a”) y burka (supongo que no hace falta especificar). Pues bien, esa combinación de palabras da lugar a lo que se conoce como “burka judío”, un tipo de vestimenta -o conjunto de ellas- que se ha empezado a usar a partir de una historia bastante particular entre cierto círculo de mujeres ultra-ortodoxas judías en Israel.
Todo esto comienza con una mujer, Bruria Keren, conocida también como Rabbanit Keren o como Ima Taliban (madre talibana). Bruria se dedicaba a la enseñanza –bajo una perspectiva muy estricta según estándares ortodoxos- de las escrituras bíblicas judías entre las mujeres que acudían voluntariamente a ella.
En dichas “clases” o reuniones de rezos, Bruria aleccionaba sobre las vestimentas de la tradición judía,donde las mujeres solían cubrirse desde la cabeza a los pies para “evitar excitar u ocasionar pensamientos impuros a los hombres”.
Que la cuestión de la ropa como objeto de atención en las religiones adquiere una importancia relevante en estas, creo que es bien sabido por casi todos. Es fácil identificar o armar imágenes mentales de religiones según su apariencia y vestimentas: monjes budistas, monjas cristianas, judíos ortodoxos, etc. En el caso del judaísmo, y por lo que os contaba de mi experiencia vivida en Oriente Medio, esta cuestión adquiría connotaciones muy particulares según qué casos. Por ejemplo, en barrios ultra ortodoxos judíos de Jerusalén se llegan a colgarcarteles por sus calles especificando el uso de vestimentas “modestas” si se va a entrar en él (obviamente, las mujeres acaparan mayor atención también en esas sugerencias).
Pero retomemos nuestra palabra, frumka, y la historia de la mujer que la saca a la luz, Bruria Keren. Esta mujer, madre de 12 hijos y educada en un entorno religioso, comenzó a practicar cierto radicalismo dentro de sus creencias: dejó de hablar en un primer momento con los hombres, para luego casi dejar de hacerlo por completo con todo el mundo (se ha terminado comunicando a través de la escritura o, si habla, lo hace salmodiando muchas de las veces); comenzó a vestir varias capas de prendas que ocultaban todo el cuerpo –desde 7 a 10 capas superpuestas: faldas, pañuelos, etc., tapando incluso la cara; el tema de la comida también es controvertido, pero más que por la dieta estricta vegana que sigue, por el hecho de que dejó de comer en cierto momento.
Sus peculiaridades no fueron bien vistas en un principio entre la comunidad religiosa de su barrio, si bien es cierto que el grupo de mujeres que comenzó a seguir sus premisas con el vestuario incrementaron (unas 100 mujeres en 2008 y varios cientos más en 2011). En este sentido, Bruria argumentaba una profecía que habla sobre que las mujeres comenzarían a cubrirse completamente como señal de que el Mesías está en camino.
La historia se retuerce aún más cuando en 2008 Bruria es arrestada por haber abusado y maltratado a sus hijos; un año más tarde el Tribunal del Distrito de Jerusalén la condenaba a cuatro años de cárcel. Es entonces cuando el caso de esta peculiar mujer adquiere una atención especial dentro de la prensa israelí debido a todas las particularidades que rodean su personalidad. Paralelamente a esto, el “movimiento” que había liderado seguía su curso llegando hasta hoy día -si bien sigue contando con las reticencias de parte de la comunidad religiosa y laica israelíes.
Llegado este punto, nuestra palabra, frumka, se vuelve gris y como ya había adelantado, fea. Poner sonido a una acción, imagen o concepto desagradable no es tarea fácil,e igualmente tiene su valor.
Os tengo que reconocer que me ha resultado difícil entrar en la historia por el lado lingüístico, yo, una apasionada de las palabras, me he visto superada -una vez más- por una historia humana que sale de esa parte del mundo. Una parte del mundo donde parece que cuando se pone a parir lo haga siempre a lo grande. Pues aquí la tenéis, una cosilla de unos años de edad que ya lleva consigo curiosidad, origen, sonoridad y una historia que la rodea y la sitúa en el lugar de las palabras que pueden ser usadas. Lo dicho, una lástima que haya palabras feas…
Para terminar, y solo si os quedáis con cierta curiosidad por saber un poco más sobre la realidad del mundo ortodoxo que hemos visto un poco aquí, os dejo un enlace a una película que lleva por título KADOSH (sagrado, en hebreo), del director israelí Amos Gitai y que trata justamente sobre eso: parte de la cotidianidad en un barrio ortodoxo de Jerusalén. Los subtítulos no son muy buenos, aunque creo que aún así se puede seguir bien.